{ Lejos... }

Una luz artificial que intenta irrumpir en mi casa apenas llega a acariciar mis parpados. Y como si la soledad quisiera tener una presencia más física en mi vida, el ruido del ventilador chocando contra el viento resulta transformarse en su irritante voz.

Una pila de diarios amontonándose contra la puerta. Ya han pasado dos meses. El verano parece interminable. Junto al mueble de la TV llego a ver tres tazas manchadas de café y más allá, forzando mi visión, aquel portaretratos polvoriento donde aún, el ser que supongo ser, era un ser sonriente y... feliz.

La madrugada se hizo pesada, húmeda. Una imagen trillada era la mía acompañado de una botella de vodka vacía. El humo en la habitación se volvía espeso, y los remolinos formados en el techo resultaban en un espectáculo que, por barato, no dejaba de ser muy bello. El sueño, tan denso y agotador como las temperaturas de aquel día, lograba adueñarse de mí, y cerrando lo ojos sin más remedio le dí la bienvenida a un nuevo día.

Mi boca estaba seca y el ardor de mi garganta era el perfecto compañero para la cortante sensación y el sucio sabor a hierro en mis labios. Dando pasos en falso alcancé la luz, la de ese ennegrecido Sol que visitaba cotidianamente la ciudad. 

Los bocinasos a lo lejos, el murmullo de colegialas pasando frente a la ventana, un taladro que repetía su rutinario movimiento y luego... luego estaba yo, observando como el mundo giraba a mi alrededor, dejando que todo fluyera. Alejado.

"Son las seis de la tarde" me dije aquella vez. Un mar de llamas, una ola carmesí y de nuevo la calmada oscuridad. Ese era otro de los capítulos en mi vida... ¿por qué?

Un hombre solo, un hombre triste. Un tipo sin nada. "¿Y su alma señor?.. ¿dónde quedó su corazón?" Aquel día la realidad fue demasiado para mí. Ella se fue, su cálida presencia, su perfume nocturno, su pálida mirada, aquella sonrisa. Ella no volverá.

El invisible hielo de las estrellas congeló mi ser. El reloj se detuvo de forma abrupta. Un silencioso abrazo acabó por apagar mi más triste sonrisa.  Y sin fuerzas, el más profundo suspiro que logré dar se convirtió en mi última voluntad. Adiós.

Algun día, lo sé, lograré alcanzar tus manos, rozar tu piel, volver a perderme en tu ser. Desde aquí la inquietante ciudad se ve tan brillante, tan pequeña... Aquí estoy, observando como el mundo sigue girando, dejando que todo fluya. Lejos.

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